jueves, 19 de agosto de 2021
Soñando despierto !
Soñando despierto !
Este verano, en Israel, a diferencia de lo que venía sucediendo con otros agostos, viene cargado de novedades asociadas con el nuevo gobierno, que se enmarcan en una ola de calor que impide desdeñar el cambio climático, más aún cuando el último demoledor informe de las Naciones Unidas sobre el tema ocupa los principales titulares.
Benito Roitman
Esta novedades -aunque algunas no lo son tanto- incluyen la revisión y reconstrucción de las relaciones con la nueva administración estadounidense, el difícil equilibrio entre las acciones bélicas de y contra Irán y la persistencia de la pandemia en sus nuevas variantes, pese al alto nivel de vacunaciones alcanzado.
Pero lo que ha suscitado mayor cobertura en los medios es la noticia de que el proyecto de Presupuesto Público 2021-2022 ha sido presentado y aceptado por el Gabinete, luego de largas discusiones, presiones de diversos sectores e inconformidades varias, y está listo para ser enviado a la Knéset para su discusión y eventual aprobación.
Ciertamente, las polémicas alrededor del presupuesto y las posiciones que los diversos partidos -en el gobierno y en la oposición- adoptan frente a él han sido siempre noticias destacadas, pero en las circunstancias actuales adquieren un carácter especial.
Ello, porque parecería que ya nos habíamos resignado a funcionar sin presupuesto (el último, correspondiente al año 2019, se votó en la Knéset en marzo del 2018), de modo que el haberse dado ya los primeros pasos en el proceso presupuestal -aunque ese proceso habrá de culminar recién a comienzos de este noviembre- ha sido mayoritariamente aplaudido.
Pero no sólo se alaba la puesta en marcha del proceso en sí, sino que se destacan lo que se ha dado en llamar profundas propuestas de reforma, expresadas mayormente en la Ley de Acuerdos que acompaña al presupuesto. Estas van desde cambios en el funcionamiento del sector agrícola, con la cancelación de tarifas arancelarias en la importación de frutas, verduras y huevos (compensadas con subsidios directos a los productores nacionales), hasta el gradual aumento de la edad de retiro laboral femenino hasta los 65 años, pasando por la revisión del monopolio del Rabinato en el sistemas de emisión de certificados de kashrut (reglas dietéticas judías).
¿Profundas propuestas de reforma? En el mejor de los casos, se trata sólo de una forma de hablar o de una mera expresión de deseos, porque en lo económico, este presupuesto se ubica en la continuidad -y quizás en la profundización- de las políticas neoliberales que han venido caracterizando el funcionamiento de la economía israelí en las últimas décadas y aun cuando se introduce algún cambio positivo, como el progresivo aumento de la edad de jubilación femenina o la eliminación del monopolio del Rabinato en materia de certificados de kashrut, esto último se hace más en nombre de la competencia económica que en términos de una política clara con relación a la presencia de la religión en la vida diaria (es así que en este gobierno todavía no se ha oído una palabra sobre la necesaria y deseable separación entre la vida civil y la religión).
Mientras tanto, en lo político continúa el otorgamiento de un par de miles de permisos para construcción en los asentamientos judíos en los territorios ocupados, acompañados con la concesión de un par de centenares de permisos para poblados árabes en la zona C de los territorios ocupados (que parecen más como premio consuelo, y que quien sabe si se ejecutarán).
Pero en todo caso, se mantiene el estatus quo en materia de ocupación territorial y la presión sobre la población palestina no disminuye.
Al mismo tiempo se avanza en la recomposición de las relaciones con el nuevo gobierno de los Estados Unidos, pero sin abandonar las posiciones frente a Irán. En este panorama, la reincidencia del Coronavirus -en su versión Delta y en su persistencia pese a la amplia cobertura de la vacuna en la población- está poniendo a prueba la capacidad y habilidad del gobierno para una conducción efectiva y responsable en el combate de la pandemia.
Naturalmente, como no podría ser de otra manera, el proyecto de presupuesto incluye un generoso incremento en el rubro general de defensa (los detalles no pueden ser, obviamente, del dominio público, puesto que se trata de temas de “seguridad nacional”, y la sociedad israelí, frente a este argumento, no reacciona), pero sí se ha hecho público que el monto presupuestal para defensa en el 2022 ascenderá a unos 58 mil millones de shekel (más de 17 mil millones de dólares), sin contar los 3.8 mil millones de dólares anuales de la asistencia militar estadounidense.
Así que las profundas reformas resultan ser, al final, más de lo mismo, aun cuando ahora que Benjamín Netanyahu y el Likud están en la oposición, el clima político aparece algo más distendido.
Pero de manera paradójica, la fragilidad de la coalición actual, dependiente como es de un voto en la Knéset e integrada por partidos poco afines entre sí, parece ser la responsable de una cierta sobriedad y cautela en el plano político.
En esto reside, quizás, la posibilidad -que no la certeza- de que este nuevo gobierno pueda constituirse en el preámbulo de cambios, esos sí profundos, en la actitud de la sociedad israelí para enfrentar, sin ocultarla ni ocultársela, la realidad en que vive.
Porque esa realidad es compleja y difícil. Más allá del panorama inmediato -enmarcado en un alerta bélico constante, en la pandemia que no ceja y en las preocupaciones por el costo económico y el desgaste emocional que la acompañan- continúan vigentes (y hasta podría decirse que más exacerbados aun) los conflictos tribales internos a los que hacía referencia el Presidente Rivlin en su ya paradigmático discurso del año 2015.
A ello se suma lo que podría calificarse como una cierta indiferencia generalizada frente a los reiterados casos de corrupción y de conductas ilegales que cada tanto se denuncian frente a la opinión pública pero que parecerían no tener sanción social,
La transparencia con la que se deberían llevar a cabo las actividades públicas parecería también carecer de importancia; al menos esa es la sensación que deja la facilidad con que se acepta -incluso por parte del poder judicial- la imposición del sello de “seguridad nacional” sobre muchos más temas de los que realmente lo ameritarían. Y ni que hablar del mantenimiento del estatus quo que se manifiesta en la continuidad de la ocupación territorial y la expansión de los asentamientos judíos en Cisjordania, como una muda aceptación -no por ello menos real- del dominio de un pueblo sobre otro.
Nada de lo que aquí se señala, con mayor o menor insistencia, con mayor o menor exactitud es novedad.
Lo que sí se espera que fuera novedad o al menos novedoso, sería el comienzo de un cambio de actitud de la sociedad y en particular de sus capas más jóvenes, cuestionándose la solidez -y la necesidad- de muchos de los elementos que hasta ahora parecen formar parte inseparable del tejido social, como el permanente estado de guerra, como la sujeción del Estado a la religión, como la aceptación de diferentes sistemas de educación pública.
Los cuestionamientos críticos, en una sociedad, son la condición necesaria para lograr que sus instituciones funcionen para el bien colectivo. Alentar esos cuestionamientos es imprescindible para corregir y rectificar rumbos. Quizás, aunque sólo quizás, sea la arriba citada fragilidad del actual gobierno la que pueda constituir el marco de esos cuestionamientos. Total, soñar no cuesta demasiado.-Aurora...
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