La Parashá de la semana: Balak - No considerado entre las naciones
Transcurre el año 1933. Dos judíos están sentados en un café en Viena, leyendo las noticias. Uno está leyendo el diario judío local, el otro la publicación notoriamente antisemita, Der Stürmer. “¿Cómo es posible que leas ese pasquín inmundo?” le pregunta el primero. El segundo sonríe y le dice: “¿Qué dice tu diario? Déjame que te lo diga: ‘Los judíos se asimilan’. ‘Los judíos discuten’. ‘Los judíos están desapareciendo’. Ahora te cuento lo que dice el mío: ‘Los judíos controlan los bancos’. ‘Los judíos controlan los medios’. ‘Los judíos controlan a Austria.’ ‘Los judíos controlan el mundo.’ Amigo, si quieres leer buenas noticias sobre los judíos, lee a los antisemitas.”
Un chiste viejo y amargo. Pero tiene un sentido y una historia que comienza con la parashá de esta semana. Algunas de las frases más hermosas dichas sobre el pueblo judío fueron expresadas por Bilaam: “Quién puede contar el polvo de Yaakov… ¡Que mi fin sea como el de ellos!… ¡Cuán hermosas son tus tiendas, Yaakov, tus moradas, Israel!…Una estrella saldrá de Yaakov, un cetro se elevará de Israel.”
Bilaam no era amigo de los judíos. Habiendo fracasado en maldecirlos, finalmente ideó un plan que funcionó. Sugirió que las mujeres moabitas sedujeran a los israelitas y que los invitaran a participar de su adoración idólatra. 24,000 personas murieron como consecuencia de una plaga que afectó a la población. (Números 25, 31:16) Bilaam fue contado por los rabinos como uno de solo cuatro personajes, no pertenecientes a la realeza, que el Tanaj menciona con la entrada prohibida en el Mundo por Venir. (Sanhedrin 90a)
Entonces ¿por qué eligió Dios a Bilaam para bendecir a Israel? Seguramente hay un principio Megalguelim zejut al yedei zakai: “Cosas buenas vienen a través de buena gente.” (Tosefta Yomá 2:12) ¿Por qué esta cosa buena vino a través de un hombre malo? La respuesta está en el principio expresado en Proverbios (27:2): “Que otra persona te elogie, no tu propia boca; un ajeno, y no tus propios labios.” El Tanaj es quizás uno de los textos menos auto-congratulatorios de la literatura histórica nacional. Los judíos eligieron registrar sus defectos, no sus virtudes. Por eso era importante que el elogio viniera de un extranjero, y no de uno de los propios. Moshé retó al pueblo. Bilaam, el extranjero, lo elogió.
Dicho esto, sin embargo, ¿cómo se entiende una de las más famosas descripciones jamás hecha sobre pueblo de Israel: “Es una nación que vive sola, no considerada entre las naciones” (Números 23: 9)? He argumentado en mi libro Future Tense(Tiempo futuro) en contra de la interpretación que se ha hecho popular en los tiempos modernos, de que el destino de Israel es estar aislado, sin amistades, odiado, abandonado y en soledad, como si el antisemitismo de alguna forma estuviera escrito en el guión de la historia. No es así. Ninguno de los profetas lo afirmó. Por el contrario, ellos creían que las naciones del mundo finalmente reconocerían al Dios de Israel e irían a venerarlo en el Templo de Jerusalem. Zejariah (8:23) predijo que un día “diez personas de todas las lenguas y naciones tomarán firmemente el ruedo de la vestimenta de un judío y le dirán ‘déjanos ir contigo, porque hemos oído que Dios está contigo’” No hay nada que haya sido anunciado ni predestinado en cuanto al antisemitismo.
Entonces ¿qué significan las palabras de Bilaam? “Es una nación que vive sola, no considerada entre las naciones.” Ibn Ezra dice que a diferencia de todas las otras naciones, los judíos aun siendo minoría dentro de una cultura no judía, no se asimilarán. Ramban dice que su cultura y su credo permanecerán puros, no una mezcla cosmopolita de múltiples tradiciones y nacionalidades. El Netziv da una interpretación aguda, claramente dedicada a los judíos de su tiempo: “Si los judíos viven una vida separada y distintiva, podrán vivir sin peligro, pero si buscan emular a ‘las naciones’ no serán reconocidos como algo especial.”
Existe, sin embargo, otra posibilidad, insinuada por otro notorio antisemita, G. K. Chesterton (1) a quien ya hemos mencionado en Behaaloteja. Chesterton escribió notoriamente sobre Estados Unidos que era “una nación con alma de iglesia” y “la única nación en el mundo fundada en base a un credo.” Eso es, de hecho, precisamente lo que hace que Israel sea diferente – y la cultura política de Estados Unidos, como lo señala el historiador Perry Miller y el sociólogo Robert Bellah, está profundamente enraizada en la idea bíblica de Israel y en el concepto del pacto. El Israel antiguo efectivamente estaba fundado en un credo y como consecuencia resultó en una nación con el alma de una religión.
Comentamos en Behaaloteja cómo el Rab. Soloveitchik dividió las dos formas en que el pueblo forma un grupo: campamento o congregación. El campamento enfrenta a un enemigo común, por lo cual la gente se agrupa. Si se observan todas las demás naciones, antiguas y modernas, se verá que nacieron de congregaciones históricas. Un grupo de personas que vive en una tierra desarrolla una cultura compartida, constituye una sociedad, y así se transforma en nación.
Los judíos, ciertamente desde el exilio babilónico en adelante, carecían de los atributos convencionales de una nación. No vivían en una misma tierra. Algunos vivían en Israel, otros en Babilonia, y aún otros en Egipto. Más tarde se dispersarían por todo el mundo. No compartían el lenguaje diario: había muchos judíos vernáculos, distintas versiones del idish, ladino y otros dialectos regionales judíos. No compartían el mismo régimen político ni el mismo ambiente cultural. Tampoco tuvieron el mismo destino. Pese a todas esas múltiples diferencias, siempre se vieron a sí mismos, y eran vistos por los demás, como una nación: el primero, y por mucho tiempo el único, pueblo global.
¿Qué fue entonces lo que los transformó en nación? Esa es la pregunta que R. Saadia Gaón se hizo en el siglo X y a la que dio su famosa respuesta: “Nuestra nación es sólo una nación en virtud de sus leyes (torot).” Ellos fueron el pueblo definido por la Torá, una nación bajo la soberanía de Dios. Habiendo recibido, singularmente, sus leyes aún antes de entrar en la tierra, permanecieron unidos por esas mismas leyes aun cuando la tierra fue perdida. Eso no ha ocurrido nunca con ninguna otra nación.
Singularmente entonces, en el judaísmo la religión y la nacionalidad coinciden. Hay naciones con muchas religiones, la Inglaterra multicultural es una de tantas. Hay religiones que gobiernan muchas naciones: el cristianismo y el islam son ejemplos obvios. Sólo en el caso del judaísmo hay una correlación unívoca entre la religión y la nacionalidad. Sin judaísmo no habría nada (salvo el antisemitismo) que conecte a los judíos a través del mundo. Y sin la nación judía el judaísmo dejaría de ser la que siempre ha sido, la fe de un pueblo unido por un lazo de responsabilidad colectiva de uno a otro y con Dios. Bilaam estaba en lo cierto. El pueblo judío es realmente único.
Por lo tanto nada puede ser más errado que definir al judaísmo como meramente una etnia. Si la etnia es una forma de cultura, los judíos no constituyen una, sino muchas. En Israel los judíos son diccionarios parlantes de casi todas las etnias bajo el sol. Si la etnia equivale a la raza, la conversión al judaísmo sería entonces imposible (no es posible convertirse en caucásico; no se puede cambiar de raza a voluntad).
Lo que hace que los judíos sean “una nación que vive sola, no considerada entre las naciones,” es que su nacionalidad no tiene que ver con la geografía, la política o la etnia. Tiene que ver con la vocación religiosa como socios del pacto con Dios, convocados a ser un ejemplo viviente como una nación entre las naciones, diferenciada por la fe y la forma de vida. Perder eso equivale a perder la única cosa que fue y que sigue siendo la fuente de nuestra particular contribución al patrimonio cultural de la humanidad. Cuando olvidamos eso, lamentablemente, Dios hace que gente como Bilaam y Chesterton nos lo recuerde. No deberíamos tener la necesidad de ese recordatorio.-Aurora.-Rabino Jonathan Sacks...
Fuentes
Un chiste viejo y amargo. Pero tiene un sentido y una historia que comienza con la parashá de esta semana. Algunas de las frases más hermosas dichas sobre el pueblo judío fueron expresadas por Bilaam: “Quién puede contar el polvo de Yaakov… ¡Que mi fin sea como el de ellos!… ¡Cuán hermosas son tus tiendas, Yaakov, tus moradas, Israel!…Una estrella saldrá de Yaakov, un cetro se elevará de Israel.”
Bilaam no era amigo de los judíos. Habiendo fracasado en maldecirlos, finalmente ideó un plan que funcionó. Sugirió que las mujeres moabitas sedujeran a los israelitas y que los invitaran a participar de su adoración idólatra. 24,000 personas murieron como consecuencia de una plaga que afectó a la población. (Números 25, 31:16) Bilaam fue contado por los rabinos como uno de solo cuatro personajes, no pertenecientes a la realeza, que el Tanaj menciona con la entrada prohibida en el Mundo por Venir. (Sanhedrin 90a)
Entonces ¿por qué eligió Dios a Bilaam para bendecir a Israel? Seguramente hay un principio Megalguelim zejut al yedei zakai: “Cosas buenas vienen a través de buena gente.” (Tosefta Yomá 2:12) ¿Por qué esta cosa buena vino a través de un hombre malo? La respuesta está en el principio expresado en Proverbios (27:2): “Que otra persona te elogie, no tu propia boca; un ajeno, y no tus propios labios.” El Tanaj es quizás uno de los textos menos auto-congratulatorios de la literatura histórica nacional. Los judíos eligieron registrar sus defectos, no sus virtudes. Por eso era importante que el elogio viniera de un extranjero, y no de uno de los propios. Moshé retó al pueblo. Bilaam, el extranjero, lo elogió.
Dicho esto, sin embargo, ¿cómo se entiende una de las más famosas descripciones jamás hecha sobre pueblo de Israel: “Es una nación que vive sola, no considerada entre las naciones” (Números 23: 9)? He argumentado en mi libro Future Tense(Tiempo futuro) en contra de la interpretación que se ha hecho popular en los tiempos modernos, de que el destino de Israel es estar aislado, sin amistades, odiado, abandonado y en soledad, como si el antisemitismo de alguna forma estuviera escrito en el guión de la historia. No es así. Ninguno de los profetas lo afirmó. Por el contrario, ellos creían que las naciones del mundo finalmente reconocerían al Dios de Israel e irían a venerarlo en el Templo de Jerusalem. Zejariah (8:23) predijo que un día “diez personas de todas las lenguas y naciones tomarán firmemente el ruedo de la vestimenta de un judío y le dirán ‘déjanos ir contigo, porque hemos oído que Dios está contigo’” No hay nada que haya sido anunciado ni predestinado en cuanto al antisemitismo.
Entonces ¿qué significan las palabras de Bilaam? “Es una nación que vive sola, no considerada entre las naciones.” Ibn Ezra dice que a diferencia de todas las otras naciones, los judíos aun siendo minoría dentro de una cultura no judía, no se asimilarán. Ramban dice que su cultura y su credo permanecerán puros, no una mezcla cosmopolita de múltiples tradiciones y nacionalidades. El Netziv da una interpretación aguda, claramente dedicada a los judíos de su tiempo: “Si los judíos viven una vida separada y distintiva, podrán vivir sin peligro, pero si buscan emular a ‘las naciones’ no serán reconocidos como algo especial.”
Existe, sin embargo, otra posibilidad, insinuada por otro notorio antisemita, G. K. Chesterton (1) a quien ya hemos mencionado en Behaaloteja. Chesterton escribió notoriamente sobre Estados Unidos que era “una nación con alma de iglesia” y “la única nación en el mundo fundada en base a un credo.” Eso es, de hecho, precisamente lo que hace que Israel sea diferente – y la cultura política de Estados Unidos, como lo señala el historiador Perry Miller y el sociólogo Robert Bellah, está profundamente enraizada en la idea bíblica de Israel y en el concepto del pacto. El Israel antiguo efectivamente estaba fundado en un credo y como consecuencia resultó en una nación con el alma de una religión.
Comentamos en Behaaloteja cómo el Rab. Soloveitchik dividió las dos formas en que el pueblo forma un grupo: campamento o congregación. El campamento enfrenta a un enemigo común, por lo cual la gente se agrupa. Si se observan todas las demás naciones, antiguas y modernas, se verá que nacieron de congregaciones históricas. Un grupo de personas que vive en una tierra desarrolla una cultura compartida, constituye una sociedad, y así se transforma en nación.
Los judíos, ciertamente desde el exilio babilónico en adelante, carecían de los atributos convencionales de una nación. No vivían en una misma tierra. Algunos vivían en Israel, otros en Babilonia, y aún otros en Egipto. Más tarde se dispersarían por todo el mundo. No compartían el lenguaje diario: había muchos judíos vernáculos, distintas versiones del idish, ladino y otros dialectos regionales judíos. No compartían el mismo régimen político ni el mismo ambiente cultural. Tampoco tuvieron el mismo destino. Pese a todas esas múltiples diferencias, siempre se vieron a sí mismos, y eran vistos por los demás, como una nación: el primero, y por mucho tiempo el único, pueblo global.
¿Qué fue entonces lo que los transformó en nación? Esa es la pregunta que R. Saadia Gaón se hizo en el siglo X y a la que dio su famosa respuesta: “Nuestra nación es sólo una nación en virtud de sus leyes (torot).” Ellos fueron el pueblo definido por la Torá, una nación bajo la soberanía de Dios. Habiendo recibido, singularmente, sus leyes aún antes de entrar en la tierra, permanecieron unidos por esas mismas leyes aun cuando la tierra fue perdida. Eso no ha ocurrido nunca con ninguna otra nación.
Singularmente entonces, en el judaísmo la religión y la nacionalidad coinciden. Hay naciones con muchas religiones, la Inglaterra multicultural es una de tantas. Hay religiones que gobiernan muchas naciones: el cristianismo y el islam son ejemplos obvios. Sólo en el caso del judaísmo hay una correlación unívoca entre la religión y la nacionalidad. Sin judaísmo no habría nada (salvo el antisemitismo) que conecte a los judíos a través del mundo. Y sin la nación judía el judaísmo dejaría de ser la que siempre ha sido, la fe de un pueblo unido por un lazo de responsabilidad colectiva de uno a otro y con Dios. Bilaam estaba en lo cierto. El pueblo judío es realmente único.
Por lo tanto nada puede ser más errado que definir al judaísmo como meramente una etnia. Si la etnia es una forma de cultura, los judíos no constituyen una, sino muchas. En Israel los judíos son diccionarios parlantes de casi todas las etnias bajo el sol. Si la etnia equivale a la raza, la conversión al judaísmo sería entonces imposible (no es posible convertirse en caucásico; no se puede cambiar de raza a voluntad).
Lo que hace que los judíos sean “una nación que vive sola, no considerada entre las naciones,” es que su nacionalidad no tiene que ver con la geografía, la política o la etnia. Tiene que ver con la vocación religiosa como socios del pacto con Dios, convocados a ser un ejemplo viviente como una nación entre las naciones, diferenciada por la fe y la forma de vida. Perder eso equivale a perder la única cosa que fue y que sigue siendo la fuente de nuestra particular contribución al patrimonio cultural de la humanidad. Cuando olvidamos eso, lamentablemente, Dios hace que gente como Bilaam y Chesterton nos lo recuerde. No deberíamos tener la necesidad de ese recordatorio.-Aurora.-Rabino Jonathan Sacks...
Fuentes
- No es mi juicio que Chesterton sea un antisemita, sino el del poeta W. H. Auden. Chesterton escribió “He dicho que un tipo particular de judío tiende a ser un tirano y otro tipo particular de judío tiende a ser un traidor. Lo digo nuevamente. Hechos patentes de este tipo están permitidos en la crítica de cualquier otra nación en el planeta: no se considera antiliberal decir que cierto tipo de francés tiende a ser sensual… No veo por qué los tiranos no deben ser llamados tiranos y los traidores, traidores simplemente porque resultan ser miembros de una raza perseguida por otras razones y en diversas ocasiones.” (G. K. Chesterton, The Uses of Diversity (Los usos de la diversidad), Londres, Methuen & Co., 1920, p. 239). Sobre esto, Auden escribió: “La falsedad de este argumento se revela en el sencillo cambio del término nación al término raza.”
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