Mis noches con Amos Oz
Joseph Hodara
El duelo y la tristeza por la muerte de Amós Oz no sorprenden a quienes conocen con alguna hondura tanto a sus criaturas literarias como a sus intervenciones y manifiestos públicos en torno al inquieto escenario político e intelectual israelí.
Así nos indican por ejemplo sus breves páginas en “Un saludo al fanático” que vio la luz hace un par de años, texto que sintetiza sus inquietudes por el devenir de Israel. Se trata de un escrito que consagró a sus cuatro nietos con el propósito de aproximarlos a dilemas que él mismo conoció y sufrió desde su infancia jerosolimitana.
Aludo en el título a noches por varias razones. En los años sesenta del siglo que se fue las instalaciones en la Universidad Hebrea en Guivat Ram estaban en construcción; para tomar parte en los cursos debíamos entonces transitar en ella y en las angostas salas de la monumental Terra Santa. Pasarán algunos años hasta que los amplios espacios en “Har Hatzofim” dejarán atrás la modesta biblioteca y los apretados salones que habíamos conocido en la “Guivá” y en la fortaleza cristiana.
Y fue en aquellas salas y tiempos cuando zabras y olim cohabitamos en múltiples cursos con algunos catedráticos que nos obligaban a ponernos de pie cuando ellos se dignaban a ingresar al salón de clase. Ordenamiento que hoy se antoja inimaginable.
Fue tal vez en alguna conferencia consagrada a la historia decimonónica rusa o a la gramática del hebreo cuando un estudiante llamado Amos se atrevió a cuestionar la sabiduría y las afirmaciones de un vertical profesor. Supe entonces que él se contaba entre los pocos estudiantes apoyados con modestos recursos por un kibutz que pretendía contar con maestros formados en y por la única universidad que entonces existía en el país.
El libro “Mi Michael” traducirá pocos años más tarde su aventura académica. Las palabras iniciales en boca de su mujer traducen tal vez lo que Oz sentía entonces y lo que se dirá más tarde: “Escribo porque en mi infancia atesoraba la fuerza para amar y ahora ésta se inclina a morir. Y no quiero morir…”
Durante no pocos años leí a Amós Oz sólo en las noches. Despierto al principio para vigilar el buen sueño de mis hijos; y abrumado más tarde por tareas indispensables que facilitaban la económica sobrevivencia en un ambiente siempre inquieto. Tendencias que se ahondaron cuando incursioné una y otra vez- con ojos encendidos- en las páginas de “Una historia de amor y oscuridad”. Un agitado relato autobiográfico de múltiples vidas y de una época en el que la madre de Amos–cortejando el suicidio – tiene prominente lugar.
Y también fue en las noches – por el ánimo o por mis horas libres – cuando incursioné en las once revistas que Oz enhebra en “Aquí y Allá en Eretz Israel”. Páginas que describen los desencuentros y los dilemas del país en el otoño 1982, cuando no pocos – empezando por el propio autor – se preguntaban si Israel es ensueño o pesadilla, si conocerá el futuro o será página triste de una reiterada historia.
Tal vez fue La caja negra el texto que cambió y matizó mis hábitos nocturnos. Abierta la primera página no pude abandonarlo. Allí el celebrado doctor Alexander Guidon e Ilana Sumo – la esposa que fue – inician un espinoso diálogo que culmina en un re-encuentro sombreado por la debilidad, el arrepentimiento y la muerte.
Oz no se limitó a hilvanar relatos con un estilo muy personal que sin embargo reconoce algunas huellas de Shai Agnón. Fue frecuente y activa su participación en públicas protestas cuando la salud democrática de Israel encaró debilidades y quiebres. El movimiento “Paz Ahora” lo apasionó y fue su afiebrada actividad. Y hasta sus últimos días no renunció a su crítica lucidez y amplitud de horizontes a fin de señalar extravíos que ponen en riesgo la pluralidad política e intelectual del país y y el renacido idioma que hoy lo enriquece. Murió Oz pero como oz – osadía- debe quedarse con y en nosotros. .-Aurora...
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