Vivir peligrosamente
Benito Roitman
Es curioso. En las últimas encuestas de opinión levantadas en Israel –entre el 9 y el 11 de mayo- es notorio el repunte de la votación del Likud (que pasa de los 30 diputados actuales a unos probables 36), así como la fuerte declinación del partido Campo Sionista –constituido mayoritariamente por el antiguo partido laborista- que desciende de 24 diputados actuales a unos probables 10, de acuerdo a esa encuesta, y ese descenso es explicado en gran medida por un aumento de Yesh Atid, el partido de Yair Lapid, que pasa de 11 diputados actuales a 17. Todo esto constituye, qué duda cabe, un claro corrimiento adicional de la sociedad israelí hacia la derecha del espectro político.
También es curioso que a la pregunta sobre la decisión del Presidente Trump de cancelar el Acuerdo con Irán, 62% de los encuestados responden que están satisfechos con ella, aunque esa misma proporción -62%- manifiesta su preocupación de que esos eventos (sin clarificar de qué eventos se trata) conduzcan a la guerra. Y esta curiosidad aumenta al comprobar que –al menos en lo que es observable- esa aparente preocupación no parece transparentarse en el devenir diario en el país, que continúa con un acostumbrado “business as usual”.
Pero quizás no deberíamos sorprendernos tanto. En los últimos tiempos se han venido consolidando en la sociedad israelí sentimientos de euforia y de confianza –que en alguna medida rayan en la arrogancia- ante el reconocimiento del poderío militar israelí en la región y ante las coincidencias entre el Primer Ministro Netanyahu y el Presidente Trump en temas tales como Irán y el traslado de la embajada de los EEUU a Jerusalén. Esos sentimientos no se han visto afectados, aparentemente, por los acontecimientos en la frontera sur, con Gaza, y por su saldo de muertos y heridos. Por el contrario, la magnitud de las reacciones internacionales frente a esos acontecimientos y la insistencia en los medios sobre un aparente incremento global del antisemitismo, junto a las repetidas menciones sobre la seguridad territorial amenazada, habría exacerbado -al interior de la opinión pública israelí- una sensación de aislamiento y de indefensión frente al mundo que, dada la memoria histórica, no es difícil de reavivar intencionalmente.
Naturalmente, haría falta un análisis más profundo y más profesional para entender la forma en que esos sentimientos de euforia y de confianza conviven con esa sensación de aislamiento y de indefensión, y para apreciar cuánto de ese complejo de variables ha contribuido al desarrollo del populismo en Israel. Pero sí resulta evidente que ese fenómeno, el populismo, en su más genuina versión derechista, es el que domina en la actualidad el panorama político-social…aunque no en el ámbito económico, donde se nos dice que somos unos campeones.
Porque el discurso gubernamental actual, que cultiva la euforia al enfatizar la fuerza y la superioridad de las fuerzas armadas israelíes, que no se cansa de alabar las similitudes entre las políticas de la actual administración estadounidense y las del gobierno de Israel (con especial énfasis en las ya mencionadas decisiones de denunciar el tratado con Irán y de trasladar la embajada norteamericana a Jerusalén), que va poniendo cerco a los valores democráticos en nombre de una supuesta visión nacional superior, se apoya efectivamente en una cierta variante del populismo. Y como señalara en una nota anterior, esa variante del populismo se desarrolla en Israel “como manifestación política de la derecha empeñada en ahogar toda expresión de pluralismo –aun cuando esta última resulta esencial para el mantenimiento de la democracia.” Pero señalaba también que “mientras tanto, en nombre de la libertad de elección y de la soberanía de los mercados, continúa el avance del comportamiento económico y social que mantiene a Israel a la cola de los países desarrollados, tanto en materia de pobreza como de distribución del ingreso.”
En efecto, el discurso gubernamental incorpora también alabanzas a la estabilidad y a la positiva evolución de la economía, con lo cual se entiende que no es necesario cambiar la orientación que se sigue en esa materia. En esto último parecería existir también un cierto consenso social, porque son escasas –si es que existen- las protestas y manifestaciones al respecto (testigo de ello es la brusca disminución de días perdidos por huelgas laborales en los últimos 5 años).
Ciertamente, las tasas de desocupación son muy bajas, por debajo del 4% de la fuerza de trabajo, pero en circunstancias económicas normales esa situación debería conducir a presionar los salarios reales al alza, y con más razón en una economía en que la población asalariada es mayoritaria dentro de esa fuerza de trabajo. Y sin embargo, el salario promedio nacional ha aumentado sólo un 2.5% anual en los últimos 4 años, frente a un crecimiento anual del 3.4% del PIB en el mismo período; y en estas circunstancias debe tomarse en consideración la asimétrica distribución de ese salario promedio en toda la población: en las actividades de alta tecnología, por ejemplo, se sitúa en los 21.000 shekel, que es más del doble del salario promedio nacional: 9.800 shekel. Pero en esas actividades de alta tecnología se ubica menos del 9% de la fuerza de trabajo (y recuérdese que el 60% de los asalariados se encuentra por debajo del promedio nacional, en escalas descendentes).
Por su parte, los aumentos recientes del PIB, que tanto se alaban, son atribuibles en gran medida al crecimiento del consumo privado, que ha aumentado últimamente a un promedio de 4,5%, por encima del crecimiento poblacional. En un país pequeño como Israel, dependiente en alta medida de las importaciones para su funcionamiento, el aumento del consumo privado conlleva y requiere un crecimiento persistente de las importaciones. Y en efecto, entre 2011 y 2017 las importaciones de bienes y servicios aumentaron a un ritmo anual de 3.4%; pero las exportaciones de bienes y servicios, que son los que a largo plazo deben financiar esas importaciones, han venido creciendo en ese mismo período a un 1,1% (y es el aumento de las exportaciones de servicios de alta tecnología el que viene evitando en los últimos años el estancamiento del total de las exportaciones, como señalara en notas anteriores). Es decir, la bonanza y la evolución positiva de la economía, aun cuando continúan aparentemente presentes, no se presentan tan estables como parecería, máxime teniendo en cuenta los cambiantes escenarios geopolíticos, pero también tomando en consideración el desencanto que produce con el tiempo, inevitablemente, un modelo económico básicamente injusto.
En fin, si de vivir peligrosamente se trata, al estilo mussoliniano, entonces este estilo se estaría rápidamente instalando en Israel, tanto en el ámbito político pero también en el económico. Aunque esperemos que eso, a la larga, no resulte aceptable para esta sociedad. ■- Aurora...
También es curioso que a la pregunta sobre la decisión del Presidente Trump de cancelar el Acuerdo con Irán, 62% de los encuestados responden que están satisfechos con ella, aunque esa misma proporción -62%- manifiesta su preocupación de que esos eventos (sin clarificar de qué eventos se trata) conduzcan a la guerra. Y esta curiosidad aumenta al comprobar que –al menos en lo que es observable- esa aparente preocupación no parece transparentarse en el devenir diario en el país, que continúa con un acostumbrado “business as usual”.
Pero quizás no deberíamos sorprendernos tanto. En los últimos tiempos se han venido consolidando en la sociedad israelí sentimientos de euforia y de confianza –que en alguna medida rayan en la arrogancia- ante el reconocimiento del poderío militar israelí en la región y ante las coincidencias entre el Primer Ministro Netanyahu y el Presidente Trump en temas tales como Irán y el traslado de la embajada de los EEUU a Jerusalén. Esos sentimientos no se han visto afectados, aparentemente, por los acontecimientos en la frontera sur, con Gaza, y por su saldo de muertos y heridos. Por el contrario, la magnitud de las reacciones internacionales frente a esos acontecimientos y la insistencia en los medios sobre un aparente incremento global del antisemitismo, junto a las repetidas menciones sobre la seguridad territorial amenazada, habría exacerbado -al interior de la opinión pública israelí- una sensación de aislamiento y de indefensión frente al mundo que, dada la memoria histórica, no es difícil de reavivar intencionalmente.
Naturalmente, haría falta un análisis más profundo y más profesional para entender la forma en que esos sentimientos de euforia y de confianza conviven con esa sensación de aislamiento y de indefensión, y para apreciar cuánto de ese complejo de variables ha contribuido al desarrollo del populismo en Israel. Pero sí resulta evidente que ese fenómeno, el populismo, en su más genuina versión derechista, es el que domina en la actualidad el panorama político-social…aunque no en el ámbito económico, donde se nos dice que somos unos campeones.
Porque el discurso gubernamental actual, que cultiva la euforia al enfatizar la fuerza y la superioridad de las fuerzas armadas israelíes, que no se cansa de alabar las similitudes entre las políticas de la actual administración estadounidense y las del gobierno de Israel (con especial énfasis en las ya mencionadas decisiones de denunciar el tratado con Irán y de trasladar la embajada norteamericana a Jerusalén), que va poniendo cerco a los valores democráticos en nombre de una supuesta visión nacional superior, se apoya efectivamente en una cierta variante del populismo. Y como señalara en una nota anterior, esa variante del populismo se desarrolla en Israel “como manifestación política de la derecha empeñada en ahogar toda expresión de pluralismo –aun cuando esta última resulta esencial para el mantenimiento de la democracia.” Pero señalaba también que “mientras tanto, en nombre de la libertad de elección y de la soberanía de los mercados, continúa el avance del comportamiento económico y social que mantiene a Israel a la cola de los países desarrollados, tanto en materia de pobreza como de distribución del ingreso.”
En efecto, el discurso gubernamental incorpora también alabanzas a la estabilidad y a la positiva evolución de la economía, con lo cual se entiende que no es necesario cambiar la orientación que se sigue en esa materia. En esto último parecería existir también un cierto consenso social, porque son escasas –si es que existen- las protestas y manifestaciones al respecto (testigo de ello es la brusca disminución de días perdidos por huelgas laborales en los últimos 5 años).
Ciertamente, las tasas de desocupación son muy bajas, por debajo del 4% de la fuerza de trabajo, pero en circunstancias económicas normales esa situación debería conducir a presionar los salarios reales al alza, y con más razón en una economía en que la población asalariada es mayoritaria dentro de esa fuerza de trabajo. Y sin embargo, el salario promedio nacional ha aumentado sólo un 2.5% anual en los últimos 4 años, frente a un crecimiento anual del 3.4% del PIB en el mismo período; y en estas circunstancias debe tomarse en consideración la asimétrica distribución de ese salario promedio en toda la población: en las actividades de alta tecnología, por ejemplo, se sitúa en los 21.000 shekel, que es más del doble del salario promedio nacional: 9.800 shekel. Pero en esas actividades de alta tecnología se ubica menos del 9% de la fuerza de trabajo (y recuérdese que el 60% de los asalariados se encuentra por debajo del promedio nacional, en escalas descendentes).
Por su parte, los aumentos recientes del PIB, que tanto se alaban, son atribuibles en gran medida al crecimiento del consumo privado, que ha aumentado últimamente a un promedio de 4,5%, por encima del crecimiento poblacional. En un país pequeño como Israel, dependiente en alta medida de las importaciones para su funcionamiento, el aumento del consumo privado conlleva y requiere un crecimiento persistente de las importaciones. Y en efecto, entre 2011 y 2017 las importaciones de bienes y servicios aumentaron a un ritmo anual de 3.4%; pero las exportaciones de bienes y servicios, que son los que a largo plazo deben financiar esas importaciones, han venido creciendo en ese mismo período a un 1,1% (y es el aumento de las exportaciones de servicios de alta tecnología el que viene evitando en los últimos años el estancamiento del total de las exportaciones, como señalara en notas anteriores). Es decir, la bonanza y la evolución positiva de la economía, aun cuando continúan aparentemente presentes, no se presentan tan estables como parecería, máxime teniendo en cuenta los cambiantes escenarios geopolíticos, pero también tomando en consideración el desencanto que produce con el tiempo, inevitablemente, un modelo económico básicamente injusto.
En fin, si de vivir peligrosamente se trata, al estilo mussoliniano, entonces este estilo se estaría rápidamente instalando en Israel, tanto en el ámbito político pero también en el económico. Aunque esperemos que eso, a la larga, no resulte aceptable para esta sociedad. ■- Aurora...
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